Si somos hijos de Dios, no podemos vivir de otra manera que comportándonos como tales, en obediencia y fidelidad, ya que ciertamente existen tropiezos y errores en nosotros, pero la nueva vida que Dios nos ha dado nos debe empujar a desear cumplir sus propósitos y hacer lo que es agradable para él; la razón de este deseo por cumplir la voluntad de Dios radica en el amor que Dios nos tiene como hijos, él cual es el mayor motor para sentirnos motivados.
El apóstol Pablo nos pide que seamos imitadores de Dios en el sentido de tener vidas puras, justas y santas, ya que así estaremos demostrando que al igual que Dios somos aquellos que hemos sido transformados en hijos suyos; la razón de este cambio es no es otro que el amor eterno que Dios nos ha demostrado en Cristo, a quien entrego para nuestra salvación, tal amor es un incentivo para todo aquel que ha experimentado la gracia divina y por ello con alegría debemos servirle e imitarle apasionadamente.
Pero existen personas que parecen forzadas a ser cristianos, haciendo la voluntad de Dios por la fuerza y obedeciendo a regañadientes; estas personas que viven desmotivadas no conocen el verdadero amor de Dios, porque de conocerle vivirían alegremente sirviendo e imitando el carácter que Dios desea, ya que es incomprensible que quien experimente tal favor divino pueda seguir una vida triste y contraria a lo que Dios demanda y con estas acciones demuestran su necesidad de Dios.
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