La vida cristiana es negarse a uno mismo para que Jesús ocupe el vacío que nuestra incapacidad no puede llenar, algo a lo que muchos no están dispuestos a ceder; la sola idea de dejar a un lado nuestros vanos sueños e intereses egoístas hace retroceder a muchos que ven en la fe cristiana algo bonito, pero que no tienen fe y que por lo tanto prefieren seguir distantes y neutrales; también el pecado y el placer propio ciega a muchos y no les permite ver que no hay vida sino morimos a nosotros mismos para darle lugar a la fuente eterna de esperanza y vida eterna.
El apóstol Pablo, sabía muy bien que nada servía apegarse a sus ideales si al final no lo conducirían a nada bueno, recordemos que él se confrontó con el cristianismo (Hechos 9: 1 – 9) y pensaba que era bueno lo que hacía, hasta que viendo cara a cara a Jesucristo se dio cuenta que no existía razón para huir de quien podía darle verdadera vida, por decirlo de esta manera, el perseguía la vida que tanto anhelaba y no encontraba en sus tradiciones.
Después de este evento, Pablo el apóstol reconoció su ceguera y busco fervientemente seguir a Jesús, para darse cuenta que la vida estaba en morir cada día a sus metas, pues habían mejores cosas a quienes buscan a Cristo; pero para poder seguir a Jesús debía permitirle que él viviera a través de su vida para poder ser transformado de un hombre corrupto y ciego a un hijo de Dios.
Lo mismo nos corresponde a todos nosotros que decimos ser creyentes, permitir que Jesucristo viva en nosotros y conduzca nuestra mente y pensamientos, sueños e ideales hacia su voluntad y que cada día gobierne más nuestras vidas para que hagamos lo que a Dios le agrada; pero debemos entender que a la vez que le dejemos conducirnos, debemos ir muriendo a nosotros mismos y en el proceso entenderemos que aunque no es fácil dejar nuestras metas propias, es mayor lo que se alcanza que lo que se pierde cuando dejamos que Cristo viva en nostros.
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